Iringa
- Lucia Trouiller
- 7 jul 2021
- 3 Min. de lectura
En Iringa, viví un mes en una familia local donde pude experimentar un intercambio cultural incomparable.

Estábamos ocho personas en casa. Casto, el padre de la familia, Modesta, su esposa, sus dos hijos (Bless de 3 años y Heri de 4 meses), pero también la madre, una prima y dos primos de Casto. Es una gran familia, y en el momento de la cena, siempre fue mucha broma. Me sentí como en casa desde el principio. Han sido muy acogedores conmigo. Era parte de la familia, ¡hasta el punto de que Blessy me llamaba tia Lucia! Tan lindooo.
Su cocina era deliciosa, y cada noche tuve la suerte de probar nuevas maravillas. Arroz, ugali, chapati, patatas (del huerto), col, guisantes, alubias, aguacates, etc. Siempre cocinado con coco ¡¡¡me encanta!!! Cuando tuve tiempo, también les cociné buenas comidas francesas. Una buena ratatouille para los sabores de Provenza, un puré de patatas acompañado de calabacines y huevos revueltos, y lo que siempre me pedían: ¡¡¡creps!!!

Eran muy curiosos y estaban interesados en mi cultura, y muy felices y orgullosos de poder compartir la suya. Hasta ahora, es mi mejor experiencia de inserción e intercambio cultural. Aunque no necesariamente tenemos las mismas ideas o las mismas maneras de hacer, al final, lo más importante es disfrutar juntos con compartir, ayuda mutua y una buena apertura de mente.

Encontré este proyecto a través de Workaway. Casto es coordinador de una escuela secundaria privada, así como de una ONG que lucha por un mejor acceso a la educación para las chicas. A cambio de la vivienda, ayudé en ambos proyectos. Cuando estuve allí, no había mucho que hacer por la ONG, ya que las niñas de la escuela estaban de vacaciones. Así que ayude a la escuela secundaria.
Es una escuela de recuperación para aquellos que no han podido llegar a la escuela del gobierno. Luego permite acceder a la universidad. Los alumnos tienen un promedio de 18 años. En un mes tuve la oportunidad de crear vínculos e intercambiar con muchos de ellos. La mayor parte de mi tiempo lo pasé con otros profesores, que ahora son buenos amigos. Estaba bromeando mucho con ellos. Además, siempre estaban cuidándome. Íbamos a jugar al billar y a tomar buena cerveza.

Casto también cultiva patatas, y he participado con mucho entusiasmo en la cosecha de estas patatas. Estaba con un equipo de hombres, y era muy extraño para ellos ver a una blanca, además mujer, trabajar la tierra. ¡Estoy orgullosa de haber podido desmontar este cliché!

La cosecha ha durado tres días. Era intenso, a veces duro, pero el buen humor siempre estaba ahí.
El último día, después de cargar el camión, regresamos al almacén, sentados en las bolsas de patata, ¡el pelo en el viento!

Durante este mes en Iringa, sentí que estaba viviendo ahí. Aunque hice un safari (que les contaré en el siguiente artículo), ya no estaba en modo "viaje". Había una rutina, hábitos y confort. Tuve tiempo de hacer amigos, incluyendo a Innocent, un joven de mi edad, con quien pude conocer el ambiente de los bares de Iringa.

Para mi última noche, también tuve la suerte de ser invitada a la boda de Palaiga, uno de los profesores de la escuela. Me hice coser un conjunto de tela africana especialmente para el evento. Fue una gran y hermosa boda, con muchos adornos, todos bien vestidos, y por supuesto, ¡¡¡mucha música y baile!!! Fue una oportunidad perfecta para descubrir aún más la cultura tanzana.
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